martes, 26 de julio de 2016



La casa tomada

 

    Para explicar la situación actual en Venezuela, el Diputado Héctor Rodríguez ha recurrido a la metáfora de la casa.  Equiparó la situación del país con la de una familia que ve disminuidos sus ingresos: "Estamos atravesando tiempos difíciles, nadie lo puede negar. Que hayan bajado los ingresos petroleros de 3.500 millones de dólares mensuales a 100 es como si en cualquier casa hubiesen bajado los ingresos de 30 mil a mil, porque botaron a los que trabajaban en la casa. En esa casa yo estoy seguro que no se van a poner a pelear, sino que se van a abrazar y van a decir vamos a trabajar, vamos a producir, vamos a salir de esta dificultad".  Rodríguez no es el primero que echa mano de esta explicación.  Ya el presidente Correa del Ecuador lo hizo una vez para explicar la evolución económica de su país, el tránsito de la precariedad a la prosperidad, y luego de vuelta a las dificultades.  “Antes del Gobierno, (el país) era como una familia que vivía en una casa de caña, en un terreno ilegal, sin educación, ni salud para sus hijos y, encima, el jefe de familia pierde su trabajo y se queda en la miseria, sin comer. Ahora somos una familia de clase media, con una casa de cemento, un carro, terreno legalizado, hijos con educación, salud. Tal vez tenemos un problema, tal vez nos quedamos sin empleo, el jefe de familia, pero tiene tarjeta de crédito para seguir subsistiendo, pero ya el país está en otro nivel.”  Probablemente haya un valor didáctico en estas explicaciones que usan la metáfora de la casa.  Acaso tenga que ver con el hecho de que la palabra Economía viene del griego Oikos que significa casa. Por eso, el país reducido, a escala, los problemas explicados para que cualquiera entienda, usando la casa como referencia, sin necesidad de recurrir a teorías que suenan a esoterismo o a cualquier otra cosa patrocinada por el imperialismo yanqui, por el capitalismo global que nos tiene a todos oprimidos y jodidos, pues. 

     No cabe duda de que hay un gran problema con ese tipo de explicación.  Cuando todo va bien, es el padre de familia el que se lleva las palmas, esto es, el gobierno. El padre es el que genera todos los ingresos de los que disfruta la familia y, generoso, reparte la riqueza entre todos los miembros de ella.  Este padre responsable provee: la casa, el carro, la educación, los servicios de salud.  La familia, en consecuencia, crece y prospera merced al buen juicio del padre.  Pero cuando las cosas están saliendo mal este modelo explicativo falla estrepitosamente por una simple razón: la ausencia de causalidad ---y con ella la ausencia de volición y de responsabilidad.  Cuando las cosas salen mal en el país siempre se recurre al mismo tropo: el padre perdió el trabajo, y la familia (la sociedad) sufre agudamente las consecuencias.  Cuando las cosas van mal, el relato de la crisis se asemeja al cuento de Julio Cortázar “Casa Tomada” en el cual fuerzas ignotas, incorpóreas y sombrías expulsan a una pareja de hermanos del hogar. En el relato de Cortázar se produce la ruptura de la trama de la realidad cotidiana merced a la presencia de estas fuerzas que no podemos ver, pero sí que podemos sentir con inquietante vividez.  El relato de la crisis venezolana comparte este atributo con “Casa tomada”: la ausencia de causalidad.  Pero lo que es una virtud en el relato de Cortázar, resulta una falacia, un defecto en el relato de la crisis venezolana.  El relato de la crisis venezolana es oscurecido mediante la sobre simplificación del núcleo de sentido que puede atribuirse a lo que está sucediendo. Nunca se nos dice por qué el padre pierde el trabajo, tampoco por qué la familia no tomó la previsión de ahorrar, de disponer un fondo de contingencia o algo por el estilo; menos aún se nos dice por qué en esta familia de marras nadie más que el padre trabaja, y todos dependen de él.  No se nos dice que la Visión Socialista de la renta petrolera nación con plomo en el ala porque jamás consideró los intereses del resto de los actores del mercado petrolero; porque, cándidamente, los chavistas pensaron que los precios del petróleo permanecerían altos toda la vida; porque nunca se les ocurrió pensar que sus socios en la OPEP, llegado el momento, velarían por sus propios intereses y no por los intereses de una manga de improvisados, disfrazados de revolucionarios del siglo XXI.  Los socios de la OPEP están librando una guerra de precios en contra de los productores de petróleo de esquisto, Rusia se coloca al margen de todo, dispuesto a hacer nada; los precios desploman y Venezuela se ve a sí misma rehén de esta guerra, se siente traicionada (pero no lo confiesa) por sus socios y amigos en esta empresa de crear un mundo multipolar. Así pues, no cabe dudad de que el padre de familia ha perdido su trabajo por incapaz, por inepto, por no saber hacer su trabajo, por no haberla visto venir. 

     He allí la razón de la pérdida de ingresos.Por otro lado, este padre ha demostrado, también, ser un irresponsable, malcriador de sus hijos.  Gastó y gastó, pidió fiado para complacer a sus hijos y, aún, a sí mismo.  Este padre generosísimo no puso límites a las demandas de sus críos, pensó que la bonanza duraría para siempre, y ahora está limpio y endeudado.  Ya no puede comprar comida porque, primero, la tarjeta de crédito le rebotó al alcanzar su límite de crédito; después, el del abasto le dejó de fiar porque vio que no iba a pagar; y así, no le fían ni en la farmacia o le prestan dinero sus allegados porque de dónde limones si la mata se secó.  ¿Y ahora que hacemos?  ¿Quiere el padre un voto de confianza después de semejante cagada?  Entiendo perfectamente por qué esta familia está peleando: porque está frustrada al ver que el que se suponía que sabía lo que estaba haciendo no tenía, en realidad, ni idea.  ¿Que hay que trabajar? Ciertamente. Pero no se le puede dar el mando a quien clama que la crisis ha sucedido porque la casa está tomada, no. Así no se puede emendar la plana. Hay que cambiar al jefe de familia, hay que darle el mando a otra persona que pueda ver las cosas con claridad, más centrada, menos cándida, más previsiva y asertiva. ¿Y el padre?  Pues debe admitir sus errores, velar por el bienestar de la familia, eso antes que nada, y dar un paso al costado, permitiendo que otros hagan lo que tiene que ser hecho por el bien de todos.

viernes, 22 de julio de 2016

El que espera lo menos...






    Siempre pensé que el ascenso de Hugo Chávez fue obra de la casualidad. Si en lugar de él, hubiese sido Arias Cárdenas el que hubiese comparecido ante los medios esa mañana del 4 de febrero, hoy día estaríamos hablando no del chavismo sino del arianismo o del cardenismo, o de cualquier otra cosa parecida.  Pero no es acerca de eso que quiero escribir hoy, es decir, no quiero hablar del poder decisivo de los medios en tanto artífices de la creación del fenómeno Chávez.  Más bien, quisiera referirme a otra cosa relacionada con esa comparecencia: Chávez se constituyó en el rostro del cambio que demandaba Venezuela porque, sencillamente, dio la cara, se hizo responsable de sus actos.  Y esto representaba un gran cambio en la Venezuela de los 90, la misma Venezuela del “me engañaron” de Lusinchi, del chino de RECADI, de Vinicio Carrera. Una Venezuela, pues, marcada por la impunidad, la irresponsabilidad, el yo no fui, fue Teté. Esta no es una idea original.  Creo que esta idea se la he leído a Barrera Tyszka o tal vez a Tulio Hernández, no me acuerdo.  Sin embargo, me gustaría contrastar esta idea con otra aserción que hemos escuchado repetir hasta el cansancio: que el Chavismo dio voz a los pobres, que los empoderó, los hizo dueños de su destino. Ese es uno de los argumentos que se esgrime cuando se trata de explicar el apasionamiento de los seguidores del fallecido comandante. Me parece, en cualquier caso, que esas son las dos caras de una sola moneda: responsabilidad y empoderamiento; he allí los supuestos dos pilares del chavismo.  

       Hoy, cuando el chavismo está en sus horas más bajas, me llama la atención que esos dos pilares han desaparecido.  La guerra económica es uno de los síntomas más evidentes de esto.  Ya el chavismo no da la cara, tan sólo se hace la víctima.  Pero hay más.  Maduro declaró hace no mucho que “Abastos Bicentenario se pudrió”. Te das cuenta entonces de que no hay voluntad de asumir que, por acción u omisión, ellos son responsables.  Los cuarenta y nueve detenidos del caso de los Abastos Bicentenario no son más que otros chinitos de RECADI, chivos expiatorios, cabezas de turco.  Así pues, lo que me llama la atención es la retórica: “se pudrió” Abastos Bicentenario.  No hay allí agencia, ni responsabilidad. Es como si se tratara de un evento natural.  Abastos Bicentenario se pudrió como un mango más que se cayó de la mata. Luego, no debe extrañarnos que la crisis eléctrica y del agua en Venezuela sea culpa, exclusivamente, del fenómeno de El Niño. Los astros, en suma, se han alineado retrógradamente para perjudicar a Venezuela.  

    Otro tanto sucede con lo que constituye la raíz del problema económico de Venezuela. Cuando Maduro afirmó que “la enfermedad del rentismo petrolero se metió en los huesos de todos”, está descargando a todo el chavismo de la obligacióm moral de responder ante tamaño yerro.  Ese virus se les metió en el cuerpo (social), penetró hasta los huesos.  No hay, ni habrá manera de evitarlo, qué vaina. Nadie se acuerda, entonces, de que Chávez hizo una opción decidida por este “modelo de desarrollo”, que mucho se habló de convertir a Venezuela en una potencia petrolera, y con ello algún trasnochado habló de la Cosmovisión Petrolera de Chávez, de la Visión Socialista de la Renta Petrolera.  Tras la proclamación del carácter socialista de la Revolución Bolivariana, se configuró un sistema de controles y participación del estado en la economía nacional que procuró sustituir el anterior sistema económico a través de importaciones masivas y expropiaciones estratégicas. Borrachos de petrodólares, nadie la vio venir; es decir, a nadie se le ocurrió pensar que los precios altos del petróleo no iban a durar para siempre, que la cuenta de las importaciones habría que pagarla en dólares contantes y sonantes, y que, como ya se había verificado en el pasado, el Estado es un pésimo gestor de empresas. Nadie se dio cuenta de que la Visión Socialista de la Renta Petrolera era, de suyo, insostenible.  Ahora que el festín se acabó, la Visión Socialista de la Renta Petrolera muta en enfermedad. 

    La borrachera de petrodólares, y la subsecuente resaca, deja al desnudo otra cosa, la otra cara de esta moneda chavista de irresponsabilidad y de echarle la culpa a los demás.  Este pueblo “empoderado”, que voceó su apoyo incondicional al chavismo, nunca se atrevió a criticarlo, a insinuar la necesidad de rectificar el rumbo, no.  Este pueblo chavista, que por más de una década repitió consignas como si se trataran de logros, independientemente de que éstas estuvieran sustentadas en hechos tangibles, y que ahora repite que no es madurista, sino chavista (otra forma de decir: yo no fui, fue Teté); este pueblo chavista, pues, jamás le pidió cuentas a sus líderes, volteó para el otro lado, o mejor, justificó lo injustificable dicendo que los adecos también robaban, y robaban más.  Este pueblo chavista permitió el saqueo del erario público, ¿y por qué? Porque siempre ha esperado.  Ha esperado su barril de petróleo, su parte del pastel. ¿Y no es la espera la contracara del empoderamiento, de la agencia? Por que la agencia implica la capacidad de actuar, dicho de otro modo, agencia es lo que una persona es libre de hacer y alcanzar en la búsqueda de la realización de sus metas.  Por otro lado, el empoderamiento se puede entender como una expansión de la agencia.  Pero el pueblo chavista no está empoderado ni tiene agencia.  El pueblo chavista no hace, ni alcanza, el pueblo chavista espera. Ellos esperan pacientemente, que las cosas se compongan.  Así en impersonal.   Ellos esperaron el apartamento de la misión vivienda o el cambur en el consejo comunal.  Ahora esperan las bolsas de comida del CLAP. Esperan, también, que los catorce motores echen a andar, y se mejore la situación ecónomica del país, y no haya más escacez.  Quién sabe, el que espera lo menos espera lo más. Ya la providencia ha premiado su disciplinada espera con unas buenas lluvias que han acabado con el racionamiento eléctrico, han llenado el Guri, y han puesto fin a la locura de una semana laboral de dos días.  A lo mejor suban los precios del petróleo tal como regresaron las lluvias: naturalmente. Y así el chavismo podrá respirar tranquilo, volverá a importar todo cuanto se consume en Venezuela, y las colas se acabarán, porque a fin de cuentas el modelo no es problema, el problema es la gente que se queja, y no sabe esperar, y quiere desastabilizar el gobierno, y acabar con la revolución bonita que duramos cuarenta años esperando.  

martes, 14 de abril de 2015

La voz del pobre o de los diez millones de firmas (que no recogieron).


Me asombra la candidez (o el cinismo) de los simpatizantes del chavismo que afirman que una de las principales virtudes del chavismo ha sido el darle voz a los pobres; una modulación de esta idea es la que dice que los pobres son, ahora, visibles.  ¿En cuántos foros hemos escuchados a intelectuales de izquierda alabar al regimen chavista precisamente esto?  Más aún, incluso los opositores al regimen convienen en que durante los cuarenta años de la democracia venezolana los partidos actuaron con desprecio absoluto hacia esta clase, con lo cual se parece apuntalar la primera idea.  Mi asombro viene dado, pues, por el hecho de que unos y otros suelen olvidar un pequeñísimo detalle: los pobres en Venezuela tienen voz sólo para hacer coro, para repetir los contenidos que desde el poder se les dictan, para asentir, consentir, jamás para disentir.

Esos “pobres” que opinan diferente han sido manipulados, defienden intereses espurios o, simplemente, vienen ya envenenados.



También estos pobres críticos han sido tildados de traidores, infiltrados, una manga de ingratos, miserables, que dan puñaladas traperas,
















Para nadie es un secreto que el chavismo encaja muy mal las críticas.  Su impulso natural es siempre descalificar al que muestra su disconformidad, mucho más si es un “pobre” el que critica.




¿Entonces, en qué quedamos: los pobres tienen voz o no, son visibles o no?  Parece que el don de la voz (o la visibilidad) le ha sido concedida al “pobre” con la sola condición de convertirse en “patriota cooperante” o pedigüeño de oficio, masa arreada una y otra vez para favorecer los oscuros intereses del poder.  Porque eso es lo que se me ocurre que puede explicar la comedia de los diez millones de firmas.  ¿Por qué podría interesarle al “pobre” que siete funcionarios del gonierno no puedan entrar a los EUA y vean congelados sus bienes? ¿Por qué el pobre se presta a la pantomima del simulacro de evacuación? De antemano se sabía que el decreto de Obama no iba a ser derogado, que EUA no iba a bombardear Caracas.  Se sabía que lo de la amenaza inusual era pura retórica, un mero formalismo legislativo.  ¿Entonces por qué aceptar sin renegar ese pote de humo, hacerse eco de algo tan burdo, distraerse en un espectáculo tan mal montado? Tan sólo puedo imaginarme a los mismos sancionados, especialmente a aquellos que pertenecen a las fuerzas armadas, presionando al gobierno para que se les apoye públicamente, se les respalde en sus acciones que, a fin de cuentas, fueron en “defensa” de la revolución.  Luego, queda claro que los “pobres” en Venezuela son los peones del tablero, una suerte de activo que el gobierno moviliza a su antojo.  Y los pobres se movilizan, obsecuentes, gritando, eso sí, las consignas que les dictan desde el poder porque ellos no pueden decir lo que sienten, no, ¡jamás!. ¿Entonces, cuál voz, cuál visivilidad? El “pobre” es el actor de reparto de este sainete, mejor aún, el figurante, el extra: es ese el alcance y la función de su visibilidad, de su voz. 

jueves, 26 de febrero de 2015

La fe animal de los chavistas






Mal hacemos en seguir haciendo de los chavistas el gran elector, el árbitro supremo de todo cuanto acontece en la vida política venezolana.  Como si fuese posible complacerlos, hacer que renuncien a su animadversión, a su pugnacidad. Y es que ese pueblo chavista no le interesa pensar, tan solo siente. A ellos  no les interesa evaluar la gestión de un gobierno con arreglo a aquello que es atributo esencial de lo que se considera un buen gobierno. 

¿La corrupción? No, ellos no piensan en ella.  A fin de cuentas, adecos y copeyanos también robaron.  Todo el mundo roba, engaña, estafa, prevarica, moja la mano, se aprovecha.  En último caso, todos somos vivos.  Nadie quiere ser la victima en la frase “todos los días sale un pendejo a la calle y quien lo agarre es de él…”  Al chavista lo que le interesan es que le den, o que lo pongan donde haiga. 

¿La inseguridad?  Hemos vivido con ella desde que el mundo es mundo.  Acá lo que me espeluca es pensar que a esta gente la dé igual 11 homicidios por 100.000 habitantes que 86 por cada 100.000.  Esta gente se ha acostumbrado a lo peor, pero qué le vamos a hacer eso no es culpa del gobierno.  Me espeluca, insisto, pensar que la violencia sea endémica para ellos, y haya que vivir con ella como quien vive con zancudos patas blancas y jejenes.

¿La transparencia? ¿Y eso con qué se come?  Que el gobierno se niegue sistemáticamente a rendir cuentas de su gestión; que nadie diga ni pio del swiss-leaks, que no sepamos cosa alguna de esas cuentas “espejo” en el HSBC de Suiza, que los fundionarios responsables de la colocación de esas divisas no se hayan dado por enterados y no ofrezcan explicaciones de ningún tipo a los cuidadanos;  que Giordani no revele quiénes son esos que se robaron miles de millones de dólares a través de CADIVI; que no tengamos noticia alguna de esas empresas de maletín, o que no se revelen los nombres de las empresas objeto de “investigación” por fraude a CADIVI; que primero nos digan que los viajeros han raspado la olla de las reservas internacionales, y que luego se contradigan diciendo que ellos solo representan el 3% de las divisas que se aprueban a través de CADIVI; que no sepamos cuánto es la producción real de PDVSA, o cuánto es lo que nos deben las islas del Caribe, especialmente Cuba; que no sepamos a ciencia cierta cuánto producen las empresas expropiadas por el Estado, y por qué escacean los productos que éstas fabrican ---cabillas, cemento, aceite de cocina, café, papel toilet, leche, y un laaargo etcetera.  Los chavistas no piden explicaciones, solo siguen instrucciones.

Me fastidia que los chavistas no cuestionen que no haya seguridad acerca de la fecha de muerte de Hugo Chávez; que no sepamos el móvil de la muerte del diputado Serra.  No, nada de eso interesa a esta gente. Ellos se conforman con las migajas de información que les dan, las cuales, por cierto, están diseñadas para convertirse en arma arrojadiza en contra de quien quiera saber más.  Los chavistas no cuestionan la verdad, ni la mentira. Ellos repiten hasta el hartazgo y con no poco cinismo lo que la cúpula del poder les dicta.  A Serra lo mató el paramilitarismo colombiano sirviédose de un sicario a quien apodaban El Colombia.  Caramba, hermano, esa hipótesis es tan ostensiva y chapucera que parece obra de Maxwell Smart, el super agente 86. Nada más falta el “Good thinkng, Max” del Agente 99.  ¿Y lo del golpe de Estado y los tucanos? ¿Lo de la desesabilización y el golpismo orquestado por los Estados Unidos…? ¿Lo de que quieren apoderarse del petróleo venezolano? Carah, mi pana, ahí si que te pasaste. No insultes nuestra inteligencia. ¿Sabías que la guerra fría acabó ya hace más de veinte años, que Estados Unidos exporta más petróleo del que importa, que la importación del petróleo venezolano es en este momento prácticamente marginal?  Estados Unidos importa casi todo su petróleo de Canadá, luego viene Arabia Saudita, México y después viene Venezuela. Más aún, si en el Congreso de los Estados Unidos se aprueba la construcción de la Keystone pipeline XL, el óleoducto que va desde Canadá a Louisiana, ahí sí que se jodió la bicicleta porque entonces ya no habría necesidad del petróleo venezolano. Así pues, Estados Unidos está más cerca de prescindir del crudo venezolano que de depender de él.  En ese sentido, no se debe olvidar que Shell y Texaco ---esas maléficas compañías que fueron soberanamente echadas de la faja del Orinoco---  están extrayendo petróleo de esquisto en Dakota del Norte, Montana y Colorado, en virtud de lo cual los precios del crudo se han venido al piso.  Finalmente, quiero llamar la atención acerca de las nuevas regulaciones que está imponiendo el gobierno de los Estados Unidos a los fabricantes de carros para que hagan motores más eficientes en el consumo de gasolina; se calcula que eso reducirá el consumo de crudo en unos 6.3 billones de barriles de crudo durante el periodo de vida útil de los carros fabricados entre 2012 y 2024. Total, que el petróleo de Venezuela como que no es muy apetecido en los Estados Unidos.  Entonces, malamente se puede decir que los Estados Unidos quiere apoderarse de él, cuando en realidad es lo contrario: para el 2024 muy probablemente nos habremos caído de la lista de exportadores de crudo a los Estados Unidos. Sin embargo, eso no es óbice para que los chavistas cacareen la misma historia una, y otra, y otra vez: el imperialismo yanqui quiere apoderarse por la mala de las reservas de crudo de Venezuela, cloc, cloc, cloc.  Ni que fuéramos cogidos a lazo.

En fin, que lo que más me arrecha de los chavistas es esa fe animal que los anima. Esa creencia instintiva y casi irracional en el fulano socialismo del Siglo XXI, la revolución bonita y toda esa paja.  Me fastidia ese operar de chavismo por fuera de lo conciente y lo racional; me irrita que sean capaces de generar un discurso, un conjunto de creencias que son radicalmente incapaces de ser probadas; me exaspera esa credulidad primitiva ---de allí que repitan y repitan cosas sin cuestionar su veracidad.  Me enerva, en suma, que el chavismo haya devenido en una suerte de credo inevitable del cual nadie puede escapar, y que orienta a esa gente sin que medien
demostraciones o razonamientos, sin asegurarles nada, como si ese dogma fuese necesario para preservarse de la locura y garantizar la vida.  Es allí a donde llegamos cuando la política queda reducida a catalizacion y gestión de emociones, cuando tenemos militantes emocionales en lugar de cuidadanos.  Qué vaina, chico…

lunes, 15 de diciembre de 2014

Aquí todos parecen malandros



Plaza Sucre en Cagua, 7:00 a.m. Es Martes.  Resignadamente me dispongo a hacer la cola para renovar mi cédula de identidad. Me aflige la idea de perder toda la mañana haciendo ese trámite. Me fastidia, también, la gente que está en lo cola, quejándose de que aún no han abierto las oficinas de identificación, de que el personal ya llegó, pero está tomándose un cafecito, de porqué lo hace esperar tanto a uno, si hay tanto qué hacer… Exhalo un “como si no supieran dónde están…”  Mi atención se divide entre el teléfono celular (twitter, instagram, facebook y afines) y la observación de la gente a mi alrededor: una actividade como de hormigas que van colocando cada cosa en su sitio dentro de esa casa viejísima que sirve de sede no tan sólo a Identificación, sino también a un vario pinto grupo de organizaciones sociales afectas al chavismo.  De momento, el celular está ganando la partida: la señora que limpia el piso con aserrín impregado en querosén, el viejito que saca la basura de las oficinas de los colectivos sociales o la gente ataviada de rojo, rojito que conversa en voz baja no son competencia para el facebook.  Un rato después, una señora tras de mí me saca de mi ostracismo.  Capturo apenas una porcion de lo que conversa con otra señora a su lado.  Como gruñendo, ha repetido varias veces: Si aquí todos parecen malandros… Mosqueado, levanto la vista y miro a mi alrededor.  Me doy cuenta de que la señora tal vez tenga razón. Digo tal vez, porque al momento de aprobar con una media sonrisa lo que la señora ha dicho, advierto, tambien, que eso que estoy pensando no es políticamente correcto, que es reprensible, seguro.  Pero más allá de toda consideración racial o de clase, ¿a qué se refiere la doña? Siento la necesidad de justificar mi aprobación de la señora.  Miro y miro en busca de un asidero que me permita racionalizar la cuestión.  Entonces, del marasmo de lecturas que hice para escribir mi tesis doctoral, surge un autor en particular, Akhil Gupta, y su idea de “blurred boundaries” entre el Estado y la Sociedad civil en la India. 

The local level encounters with the state described in this [article] help us discern another significant point.  Officials like S., who may very well constitute a majority of states employees occupying positions at the bottom of the bureaucratic pyramid, posit an interesting challenge to Western notions of the boundaries between “sate” and “civil society” in some obvious ways.  The Western historical experience has been built on states that out people in locations distinct for their homes ---in offices, cantonments, and courts--- to mark their “rationalized” activity as office holders in a bureaucrat apparatus. People such as S.  collapse this distinction not only between their role as public servants and as private citizens at their site of activity, but also in their style of operation.  (“Blurred boundaries” por Akhil Gupta)

Lo que quiere demostrar Gupta, entre otras cosas, es que en India el aparato burocrático se ha trasladado de espacios neutros, públicos, a espacios privados, domésticos.  Hay un solapamiento entre Estado y la Sociedad Civil.  Ahora bien, en lo que toca al estilo de operación, Gupta señala una desprofesionalización de la práctica burocrática; influda por el espacio doméstico en el que se desarrolla, la función pública se hace personal. Así, el funcionario concede favores, en lugar de servir al ciudadano.  De allí que se imponga una lógica de reciprocidad que manda que “hoy por ti y mañana por mí”; una lógica también en la que las dádivas, y los sobornos son moneda de uso corriente.  Lo que le molesta al ciudadano, entonces, es no saber cómo es la movida, la corrupción en sí no es un asunto problemático.

Reparo entonces en el hecho de que lo que le molesta a esta doña es que haya esa conchupancia entre “sociedad civil” y gobierno; que no haya separación alguna entre los militantes y los burócratas, entre los que nos prometen a grito pelado que “no volverán” y los que deben servir a todos los venezolanos por igual.  Pero hay algo más… 
He traido todo esto a cuento, luego de que en uno de los rurnrunes de Nelson Bocaranda  se citaba a un militante chavista que, exasperado, desde la tribuna de Aporrea, explicaba por qué “no volverán”.  Pasaba entonces a mencionar las decenas de estructuras chavistas que operan en casi todos los municipios del país, basadas exclusivamente en recursos fiscales.  Programas, misiones, y afines en los que se apuntala la acción gubernamental y que garantizan que el chavismo nunca será minoría.  Bocaranda señalaba que en esas intancias es que se han ido “los millones de dólares generados por el más grande y sostenido boom petrolero que haya tenido Venezuela en toda su historia”. En estas estructuras, pues, está el germen de la corrupción y el clientelismo.  Esas estructuras son opacas e inauditables, como el gobierno.  He allí la gran tragedia de Venezuela: el gobierno de calle, la democracia protagónica y participativa, el socialismo del Siglo XXI es una vasta morada de bandidos.  Aquí todos parecen malandros porque quienes están llamados a fiscalizar, roban también; quienes se han arrogado la responsabilidad de redistribuir la riqueza, lo que hacen es sustraerla.  La sociedad civil malandra es una con el gobierno. Por eso es que siguen y seguirán ganando los chavistas porque si cada voto es una piedra para lapidar a los corruptos, a los vende patria, todo el que sostiene una se la guarda, se hace el loco, mira para otro lado, mientras silba una tonada cualquiera; no vaya a ser que le peguen una pedrada en el ojo.

lunes, 17 de marzo de 2014

La soledad del protestante de los barrios

Hace unos días me dio por recordar un comercial que vi en la televisión. En ese comercial se ve a una chica en medio del desierto, gritando a las paredes de un cañón. La cámara se desplaza alrededor de la chica dejando ver la soledad de ésta en medio del paisaje. La chica grita su mensaje, un reclamo, una reivindicación a favor de su grupo social, y el comercial termina cuando ella es enfocada en un primerísimo primer plano mirando hacia nosotros, los espectadores. Obviamente, lo que propone el comercial es que la chica nos está interpelando, si no entendemos eso, entonces ella está clamando en el desierto. Luego, de lo que se trata es de que nos sintamos atañidos. Al sentirnos atañidos, sensibilizados por la situación de la chica somos, también, compelidos a tomar acción a favor de ella; si no hay acción, la comunicación ha fracasado. He pensado en esto al leer un artículo de Chúo Torrealba quien expone en un artículo titulado “¿Protesta en los barrios? ¡Claro que sí!” que en el 2013 se produjeron en los barrios 4.410 protestas “en medio de la más absoluta indiferencia de otros sectores de la población”. Agrega Torrealba que en la mayoría de los casos estas protestas suelen ser saludadas por opositores al chavismo con frases tales como: “¡Sigan votando rojo! ¿Quién los manda, pues?” o “¿Porque no se van a protestar para Miraflores?”. Torrealba completa diciendo que esa gente es acosada también por los colectivos. Presumo también que por sus pares en los barrios, chavistas duros quienes ven en cualquier disconformidad una señal de traición al proceso. Me puedo imaginar entonces el consabido “si no te gusta por qué no te vas (con los escuálidos)” o algo por el estilo. Demasiadas veces lo vimos en Aló Presidente, o en la misma campaña de Maduro ---¿recuerdan a aquel tipo en el Poliedro a quien la multitud mandó a callar y a abandonar el recinto porque había expresado su desacuerdo con algo de lo que Maduro estaba diciendo?

Me asombra y me entristece la soledad de estos protestantes, la forma como claman en el desierto de la polarizada política venezolana. Ellos están secuestrados, son prisioneros del maniqueísmo, son reos de la supuesta superioridad moral del chavismo o de la inmediatez y presumida perversidad golpista y fascista de “La Salida”. Cuándo Capriles o López o María Corina Machado hablan de “nuestro pueblo”, ¿los incluyen a ellos? ¿Habitan ellos la patria del chavismo? Esa gente nos ha estado mirando a la cara desde hace mucho. Ya es hora de que tomemos acción y nos sintamos atañidos genuinamente por sus reclamos, los cuales hablan tan elocuentemente, como los nuestros, acerca del fracaso del proceso chavista. No se trata de que los echemos en falta, es decir, que constituyan una suerte de miembro fantasma del descontento en Venezuela. Hay que gente, como yo, que se preguntó en algún momento por qué el oeste de Caracas no se pronuncia, el Sur de Valencia. El artículo de Jesús Chúo Torrealba me abrió los ojos: ¡claro que se pronuncian! ¿Qué se debe hacer para sumarlos a la causa a favor de una Venezuela plenamente inclusiva? Ciertamente, me parece, que no debemos persuadirlos, con nuestras razones, para que se salgan del proceso. Para que se abandonen las filas del chavismo, no podemos esgrimir las razones por las cuales nosotros no somos parte de él. Antes por el contrario, hay que mirar las cosas desde otra perspectiva, la de ellos, y darle en la madre al cacareo chavista acerca de la democracia participativa y protagónica, del gobierno de calle, del manido “Venezuela ahora es de todos”. Porque si la gente de los barrios protesta, toda esta paja es mentira.  Porque Venezuela, ahora más que nunca, es de unos pocos enquistados en el poder que se niegan a escuchar, y no paran de repetir su discurso lleno de mentiras una, y otra y otra vez.